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domingo, 30 de octubre de 2011

Hambre

Apenas la vio entre la multitud, Samuel sintió unos deseos desesperados por cogérsela.

La muchacha vestía un peto y una mini tan corta que no dejaba mucho espacio para la imaginación, pues estaba todo ahí “a la carte”.

La gente bailaba, bebía y se tocaba sin pudor alguno.

La música resonaba como marcapaso para los cuerpos calientes que se restregaban los unos a los otros, adobando los ambientes y los sexos para lo que se aproximaba.

Samuel la invitó a un trago. Ella aceptó de inmediato.

No le preguntó el nombre. Se limitó a pedir ron para los dos.

Lo bebieron mientras bailaban y se miraban sin pudor ninguno.

El peto no era impedimento para ver que las tetas de la muchacha revoloteaban de un lado a otro.

Era de piel morena y cabellera castaña. Los ojos negros y delineados le daban un aire medio vulgar, medio puto. Eso hacía que el equipo de Samuel sobresaliera más de lo habitual.

La morocha se acabó el trago, igual que él. Lanzaron los vasos al suelo, dejando que estos se quebrasen en mil pedazos.

En el suelo, repartidos por los rincones, los pedazos reflejaban a la pareja, que ahora se besaba y tocaba, tal como la mitad de la disco.

La muchacha le acarició el miembro a su compañero por encima del pantalón. No se venía con mieditos ni inseguridades. Iba directo al grano, siempre.

Aún besándose, se dieron a la fuga. Empujando a otras parejas de calientes que apenas sí se despegaban.

Samuel la subió a su auto, para llevarla a su casa.

La chica se tocaba la entrepierna ansiosa, mientras reía. La música del vehículo parecía un condimento más para la excitación.

Ya no aguantaba más. Samuel estaba al borde de colapsar. Así que detuvo el auto a orillas de carretera. En un espacio oscuro.

La chica se fue al asiento trasero. En ese movimiento expuso todo el culo a su compañero, dejando a la vista una tanga casi invisible.

Samuel se moría de ganas de entrar entre esas piernas…

Se fue hacia donde ella, que se quitaba el peto y el sostén, dejando al aire dos lujosas tetas.

Samuel las acarició con brutalidad. Se bajó el cierre y estuvo a punto de sacar su miembro.

- Chúpamela, morocha…

Pero ella le puso el dedo en los labios, haciéndolo callar.

Le tomó la mano y la dirigió suavemente a su entrepierna, muy húmeda con tanta preliminar.

Él la empezó a tocar de a poco. Ella se deshizo de su tanga, de modo que él pudiera tocar, sin miedos…

Los dedos curiosos se inmiscuían dentro de la muchacha, tocando las paredes mojadas, los labios generosos de su vagina hambrienta.

Nunca había sentido nada igual. La textura, la firmeza de los labios. Su miembro estaba ansioso de entrar, pero la muchacha quería seguir jugando.

-Ya tendrás lo tuyo, putita – pensaba él.

No sabía qué le pasaba, pero esa vagina ejercía en él una atracción peligrosa.

No contento con inmiscuir sus dedos quiso ir más allá. La chica se recostó y él empezó a meter toda su mano.

La chica se reía, con ojos los ojos entrecerrados y mordiéndose los labios (los de arriba) de placer…

La mano se sentía segura, cobijada, pero aún quería más.

No entendía el por qué de tal fetiche, pero siguió introduciendo la mano, la muñeca. Algo temeroso de que la muchacha se molestara, pero nada. La morocha parecía loca de placer. Prosiguió.

Con los ojos desorbitados, Samuel se olvidó de su pene. No había placer más grande que el que sentía ese antebrazo, que entraba, ayudado por una mucosa que le facilitaba la labor, centímetro a centímetro.

De pronto sintió como esa atracción se materializaba. Los labios de la vagina lo empujaban, lo atraían con brutalidad.

Sintió pánico y placer. Ganas de apartarlo, pero no podía. La morocha reía, con el rostro prendido en una perversión que él no conocía.

Estaba siendo tragado. Su brazo estaba por completo cubierto. Gritó lleno de horror, pero nadie lo oía.

Los labios se abrían más y más. La fuerza crecía. Mientras tanto, Samuel sentía cómo se le desencajaba el hombro de su lugar.

Trató de zafarse, pero no pudo. con su mano libre lanzó golpes a la muchacha, pero ésto, en vez de apartarla, la excitaba más, y la fuerza crecía.

Samuel sintió la humedad vaginal en su oreja. El calor y el aroma lo llamaban a proseguir, pero eso se estaba saliendo de control. Era una pesadilla deleznable, quería huir, pero no era posible.

La vagina siguió succionando. el cuello empezó a ceder, y Samuel agotó sus fuerzas. Se dejo llevar, mientras su rostro se empezaba a hundir en la profundidad.

No podía ver nada. La respiración no era posible en ese lugar. Ya no tenía nada que hacer.

En sus últimos momentos de consciencia se sintió preso de un Nirvana nunca antes experimentado.

Eyaculó como nunca. Pero pronto se le fue la vida.

La morocha seguía riéndose con enormes carcajadas. Sosteniéndose apenas, mientras la apertura de las piernas daba su último impulso de extensión, y se prestaba a seguir tragando...

Al cabo de unas horas, la muchacha se vistió y salió con su sonrisa demoníaca a quién sabe qué lugar...

El auto quedó ahí, hasta el otro día, cuando llegó un policía a multar al propietario. Pero no había nadie. Sólo unos zapatos…

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