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domingo, 7 de abril de 2013

Querubines

Sentir su cuerpo en el pecho.
El sudor compartido de las tres de la mañana.
Uno, son solo uno.
Al otro día le jura amor eterno y se va.

Solo eran dos perros culeando,
compartiendo fluidos,
lamiéndose el cuerpo.

Llenándose de semen los rostros,
los complejos neuronales.

Convenciéndose de que la calentura es de color rosa,
cuando no.
La calentura es calentura y punto.
Y a la puta mierda los querubines con sus trajes homosexualoides,
violarlos sería un gusto.

lunes, 16 de abril de 2012

Suave

Puede que mi lenguaje haya sido muy soez últimamente.
Es que...si la palabra no es fuerte no provoca conmoción.
No es mi idea decir que todo lo que escribo es sensacionalista.
Eso sería demasiado reduccionista.
Tan sólo me gustaría aclarar algo.
Rara vez soy así de sincero.
A veces me siento un poco solo.
Romántico...demasiado ensimismado con la luna.
Tendría que ser de otra forma, lo sé.
Eso sí...hay cosas que no se pueden cambiar.

Lector...pido mis disculpas.
Ahora seré más delicado en el lenguaje.

Otros textos nacerán de este espacio.
Refinados, dignos de ser recitados.
En todos los idiomas posibles.
Japonés, chino y tailandés.
Alemán, español y catalán.

Ahora...hijo de puta... lee sólo la primera letra de cada frase...
Goza.

sábado, 14 de abril de 2012

Árbol

El aire soplaba fresco, moviendo cada hilera del pasto que adornaba la colina. En el centro, coronando la eminencia, estaba el árbol.

Tronco marcado por fisuras, revestido de astillas centenarias y lágrimas de savia. Imponente, visible desde lejos, arraigado con firmeza, parecía esperar a alguien.

Anciano por lo demás, un poco inclinado hacia la izquierda. Se había formado torcido por el viento, que en el invierno arreciaba con violencia, y agua.

Sus ramas coronaban el aire, suspendidas con calma en esas horas tibias del día. Repartidas por el cielo en múltiples divergencias, como un mapa difícil de descifrar. Entrecruzadas todas entre sí, las ligeras y las toscas, las de invierno y de primavera, vetustas y retoños. Democracia.

La firmeza de los brazos del árbol invitaba a las aves a posarse, a mirar desde las alturas hacia abajo. Panorama decorado por la ciudad moviéndose indiferente a lo lejos.

El ancho del tronco no era menor. Para abrazarlo harían falta varios adultos. Para talarlo el doble. Muchas cosas había visto crecer y morir a su alrededor. Experiencia de vida no le faltaba, pese a ser un mero espectador de la realidad.

En cuanto lo vislumbró a lo lejos, sintió la necesidad de acercarse a él. Parecían conocerse desde hace años, sin embargo era primera vez que se veían. No tuvieron necesidad de saludarse. En casos como aquél, una mirada bastaba para explicarlo todo. Aún así le faltaba seguridad para determinar de qué lugar se conocían, si es que habían sido compañero en alguna vida, o si sólo era una impresión tonta.

Quizás antes lo había soñado, no podía recordarlo con claridad. Hizo un esfuerzo grande por encontrarlo en algún vestigio de memoria, pero nada. Los intentos fueron inútiles. Ojos cerrados, apretados, buscando datos, información precisa y…otra vez nada.

Lo que sí supo, y de inmediato, fue que ese instante estaba hecho para los dos. No había otro más íntimo e ideal para aquellas existencias. Frente a frente, divididos por escasos metros de colina bañada en pastos se podían conocer (o reconocer) de cerca.

Los azares de la vida le llevaron a querer salir ese día, sin un motivo aparente. Fugarse del caos de la ciudad y perderse en uno de los pocos puntos verdes que le iban quedando. Necesitaba un escape de la rutina. Las rejas y las cadenas de la ciudad le estaban molestando demasiado, no era capaz de aguantarlo más, ni siquiera por un segundo. A ratos envidiaba a las aves que pasaban volando sobre su cabeza. Las veía tan libres, tan ajenas de todo. Lo peor era cuando le cagaban en la frente. Era como si le sacasen en cara esa libertad, una que él nunca podría tener, quizás.
De esa manera, luego de dos horas de caminata ininterrumpida, se encontró frente a él y quedó atónito.

Desde las faldas de la colina lo observaba. No se atrevió a mirarlo de inmediato a la cara. Le pareció muy atrevido, una irreverencia. Primero debería explicarle los motivos de su visita. No obstante, ni él mismo lo tenía muy claro, y sin tener palabra alguna que proferirle, pensó que el silencio le bastaría para darse a entender. Y debe de haber sido así, porque el árbol no expresó ningún tipo de molestia.

Una vez saltada la valla de la distancia, el hielo roto y la disposición abierta; le miró muy lentamente hacia arriba. Cuidándose de no parecer demasiado ansioso o precipitado. Debía dar una buena impresión en ese primer encuentro, no todos los días se conoce a un árbol de ese tipo.

Sus hojas temblaron un poco, pero amigables, convidándole a continuar en esa exploración, al menos así lo interpretó.

Ascendió de a poco por el monte, cuidándose de pisar despacio para no despertar a las aves que descansaban en las ramas y en los nidos de la copa. Tampoco era la idea hacerle daño al pasto que abrigaba la tierra de la colina. Todo debía acontecer con cuidado, sin romper el equilibrio de ese pequeño mundo suspendido sobre el mundo.

Avanzó un poco más confiado, siempre a paso silencioso, siempre. Una ráfaga de viento sopló. En ese momento ralentizó el paso, estando a menos de un metro de distancia de su meta. Volvió a quedarse inmóvil y no se atrevió a continuar, mucho menos a alzar la vista. Contempló su nuevo horizonte, el tronco lleno de placas astillosas.

Desde ahí podía también contemplar de cerca las raíces, a modo de manos incrustadas en la arcilla. Gruesas por la edad, como todo en el árbol, menos aquellos tallos jóvenes rebozando en las ramas más altas.
Todavía sin alzar la vista hacia la copa, vio cómo hormigas avanzaban desde las raíces hacia lo alto del árbol, ordenadas en filas militares, sin prestar mucha atención a los ojos fijos de la visita. Una detrás de la otra, una al lado de la otra, subiendo, bajando, llevando comida, pedazos de hoja, cadáveres.

Dejó de mirar a los insectos y pensó en dirigirle la palabra al árbol. La tentación de preguntarle el nombre se apoderó de su mente, pero eso no era buena idea, ¿importaba?, ¿realmente importaba? Sí sauce, sí nogal, sí fresno, sí pino, sí manzano… De momento las etiquetas sobraban, pronto habría tiempo para encasillar las cosas. Ahora sólo tenía la preocupación de no espantarle, de no cometer ningún error.

Una vez que pasaron muchos minutos, al fin se dio permiso para avanzar otro poco.
El árbol no se molestó, aunque dejó caer unas cuantas hojas sobre su visita.

Primero pensó que era una advertencia, respuesta de ofensa ante el acercamiento. Y luego siguió pensando lo mismo, no obstante no había vuelta atrás. Estaba peligrosamente cerca de la corteza, del tronco del árbol. Desde esa proximidad alcanzaba a oler el perfume que emanaba la savia. Restos petrificados, como joyas de ayer, brillaban con los rayos de luz.

Algo le produjeron esos destellos, una congoja que venía de nada. Se acordó de la infancia, no de la suya, la de todos. Se acordó de la represión, no la suya, la de todos. Y se acordó de su persona, de sus mentiras, sus falsedades y los deseos… deseo…palabra adecuada para el momento.

El aire se puso más tibio que lo habitual, llegaba caliente, golpeándole el rostro. El árbol seguía inmune. Podría haber mirado hacia abajo, darse por aludido, gritarle algo a la visita. Que se fuera, que eso no correspondía, que no es de gente decente, que qué dirán los otros, los pocos, los ningunos… los escasos seres con moral que van quedando en esta tierra…finalmente, que qué cambiado está el tiempo, que antes no era así… ¿dónde quedaron las buenas costumbres?

Perdiendo todo control de sí mismo y sin cuidarse de los riesgos, se atrevió al fin a tocar al árbol. Las yemas de los dedos se comunicaron pronto con lo áspero de la corteza.

Una corriente eléctrica le estremeció el cuerpo, invitándole a tocar más. Un centímetro de corteza, luego otro, otro, y otro… Sentir la cubierta, la savia, los poros… Cómo éstos respondían en silencio, así como en las leyes de la física… “a toda fuerza se le opone una contraria, de igual magnitud y opuesto sentido”…placer por placer, roce por roce, lengua por lengua.

Más viento, y ahora era la mano entera la que recorría el espacio posible del tronco. Arrancando en las caricias pequeños fragmentos de corteza, casi imperceptibles.

El aserrín se le impregnaba en la piel, perfumándola, incrementando las ganas de tocar, y no de tocar con la mano, sino que con todo el cuerpo, con el alma incluso.

No aguantando más, tocó con cada uno de los dedos, embetunados de saliva a ratos, para contrarrestar la fricción. Tocó con la palma, con los bordes. El árbol no decía nada, debía de sentirse a gusto con esa exploración repentina. Obedecían sus células al placer, pero calladas, sin emitir gemido alguno. Esa discreción no alteraba a la visita, ella estaba sumergida en su propia nube de goce, ya había perdido la noción de otro.

Las ramas se movieron más rápido que antes, probablemente por las cosquillas que le causaban esa mano, ese brazo, esa pierna que pronto se convirtió en lengua…
Lengua que recorrió cada rincón, cada espacio con brutalidad. Llenándose de fragmentos de madera, delirando en todos los idiomas… Babel deliciosa. El árbol extasiado se dejaba querer, mientras el calor subía.

Respeto, convención, árbitro. Todos se pudrían al unísono, como putas tristes de un burdel de pobres. Como putas tristes de un burdel de ricos. Como putas tristes, en fin.

La norma, la regla y el árbol. La lengua mataba hormigas, mientras el viento danzaba caliente. Las aves gritaron alarmadas. El árbol se estaba excitando y no podían hacer nada por evitarlo.

Los polluelos clamaban por auxilio, las aves en tropel se revolcaban sobre la copa. Pidiendo perdón, misericordia, un poco de respeto…qué los niños están mirando, qué somos familias respetables, que éste no es el país que estamos construyendo. Qué la iglesia, que los ojos nos duelen, que el ano nos duele. No nos hagan esto, por favor.

La visita se desnudó de súbito, bañándose con hojas, mientras el monte suspiraba espantado. Años sosteniendo la verdad sobre sus hombros, para ver cómo la ultrajaban, y cómo ésta se dejaba penetrar sin consideraciones, sin precauciones…qué el sida, qué la vida, qué los niños nos pueden escuchar…

El beso se hizo intenso, sobre todo en el tronco. Las ramas, las espinas, las hojas y los nidos. Las raíces se estremecían en el fondo, locas de placer, revolviendo la tierra que por años había estado intacta. Con ganas de florecer en verano y caducar en primavera. El árbol ya no era lo que siempre había sido.

Se abrazaron, felices de haberse encontrado. Las aves desesperadas caían muertas sobre la alfombra verde del monte, abrazando sus funerales repentinos sin ninguna pompa.

Se siguieron tocando hasta que se empezó a hacer tarde. El sol no tardó en esconderse. De hecho lo hizo más temprano, porque estaba horrorizado con el espectáculo.

El escándalo del árbol no tenía precedentes. Mientras abajo, en la ciudad de los pobres se mataban entre sí para poder comer, arriba el árbol se salía de su montículo…atroz…un pecado…herejía…no podía ser…

La luna no dijo nada. Acostumbrada a ver amores ilícitos florecer, había sido confidente de muchos, musa de otros tantos y debutante de otra parte.
Nodriza en las primeras tareas amatorias, madre sexual, madre romántica, madre blanca y llena de luz; diosa inmaculada, concebida sin pecado, sin fuego alguno. Rimbombante, danzadora, no muy eclesiástica.

Visita deliraba en clímax, mientas el árbol le seguía el ritmo. Orgasmo, la tierra tembló espantada.

Nadie entendía lo que ocurría. Siete grados, ocho grados, la tierra se movía más.

- Es un castigo del cielo - decían las aves muertas…
- Es un castigo de la tierra - decían los nidos destrozados…
- Es un castigo de la madre – decían las hormigas.

Silencio largo. No era ningún castigo. Tan sólo se había desmoronado el montículo.

lunes, 31 de octubre de 2011

Desconfiguración1

Prepárese, para la desconfiguración.
...
Caminando por siete sendas,
Los ojos prendidos en llamas.
De pronto te asalta un anhelo,
Ganas de piel,
Ganas de sudor,
De putear,
De ser puteado.

Se aproxima una duda.
Sientes como una verga sideral te atraviesa de a poco.
Cada suspiro es un asalto.
La extensión no se acaba.
La penetración sigue,
y sigue...

Se detiene la marea,
y llega el alba, con los senos descubiertos,
Llueven mareas, blancas, dulces.

Embetunados los ojos de semen,
Apartados los días de su cabo...
y otra vez...
centímetro a centímetro,
el placer sodomita...

Fuego en el aire,
Aire en el fuego,
Incendio perpetuo.

Quemado el culo,
marcado por esa estigma catártica,
con astillas de mástil.

Y luego cinco manadas furiosas,
embistiéndose entre sí...
Sin cuidado, sin precauciones...
Sin consciencia del otro,
Sólo buscan saciar su sed,
de sexos, de tetas,
de culos, de vergas...

Y...
Finalmente,
Una mujer se toca sobre ti,
dejándose un fragmento de vida en el intento...

En tanto...
Te dejas bañar por su jugo de vida...

El dulce de su roce,
te mengüa de a poco...

Silencio.
Ya no hay erección posible.

Flor

Impecable, vestido blanco, blanca la piel, blanca la honra.
Blanca paseaba por su campo con paso alegre. Apenas catorce años de vida.
En eso se encontró con una flor de manzanilla.
La miró, y no dudó en correr a tomarla.

Estaba a punto de arrancarla del suelo fértil, cuando su aroma la contuvo a su accionar.
El aroma meloso le impedía la atrocidad de cortar su tallo.
Se limitó a mirarla.
Un extraño calor la invadió de pronto.

Sus ojos acaramelados se entrecerraron.
Dejó que el aroma viajara por todo su cuerpo,
por las narices, la garganta, los pulmones.

El humo invisible de su olor entraba y salía,
haciendo que la muchacha sintiera unos espasmos que su cuerpo no conocía.

Cuando la nube color manzanilla pasaba por su pecho, los senos encendidos daban a la vista dos generosos pezones, ansiosos.

El aroma siguió bajando, hasta llegar a su entrepierna. Ahí sus dedos se empezaron a hundir. Tímidos primero, seguros pronto.

Abrió los ojos y vio la flor.
La extensión de su tallo produjo una repercusión en ella.
Recto, sólido pese a la pequeñez.

La muchacha no daba más de calentura.
Se imaginó ese tallo en dimensiones enormes, entrando y saliendo de ella.

Ya no aguantó más... y empezó a quitar los pétalos, a falta de un culo donde aferrarse.

-Me quiere?...-un pétalo...
-Mucho...- otro...
-Poco...-otro...
-Nada...

Cada pétalo que arrancaba era como una embestida fugaz.
Una penetración constante e invisible.
Un gemido salió de su boca.

Cuando a la flor ya no le quedaba nada,
la chica había descubierto lo que era un orgasmo.

Se sacudió los pétalos de encima,
blancos, como el vestido,
como la piel,
como su nombre...

Blanca decidió que estaba ya bueno de jueguitos,
pronto habría más tiempo para seguir deshojando flores.

Se fue a por la merienda.
Blanca la honra...aún...

De cuerpo completo

domingo, 30 de octubre de 2011

Hambre

Apenas la vio entre la multitud, Samuel sintió unos deseos desesperados por cogérsela.

La muchacha vestía un peto y una mini tan corta que no dejaba mucho espacio para la imaginación, pues estaba todo ahí “a la carte”.

La gente bailaba, bebía y se tocaba sin pudor alguno.

La música resonaba como marcapaso para los cuerpos calientes que se restregaban los unos a los otros, adobando los ambientes y los sexos para lo que se aproximaba.

Samuel la invitó a un trago. Ella aceptó de inmediato.

No le preguntó el nombre. Se limitó a pedir ron para los dos.

Lo bebieron mientras bailaban y se miraban sin pudor ninguno.

El peto no era impedimento para ver que las tetas de la muchacha revoloteaban de un lado a otro.

Era de piel morena y cabellera castaña. Los ojos negros y delineados le daban un aire medio vulgar, medio puto. Eso hacía que el equipo de Samuel sobresaliera más de lo habitual.

La morocha se acabó el trago, igual que él. Lanzaron los vasos al suelo, dejando que estos se quebrasen en mil pedazos.

En el suelo, repartidos por los rincones, los pedazos reflejaban a la pareja, que ahora se besaba y tocaba, tal como la mitad de la disco.

La muchacha le acarició el miembro a su compañero por encima del pantalón. No se venía con mieditos ni inseguridades. Iba directo al grano, siempre.

Aún besándose, se dieron a la fuga. Empujando a otras parejas de calientes que apenas sí se despegaban.

Samuel la subió a su auto, para llevarla a su casa.

La chica se tocaba la entrepierna ansiosa, mientras reía. La música del vehículo parecía un condimento más para la excitación.

Ya no aguantaba más. Samuel estaba al borde de colapsar. Así que detuvo el auto a orillas de carretera. En un espacio oscuro.

La chica se fue al asiento trasero. En ese movimiento expuso todo el culo a su compañero, dejando a la vista una tanga casi invisible.

Samuel se moría de ganas de entrar entre esas piernas…

Se fue hacia donde ella, que se quitaba el peto y el sostén, dejando al aire dos lujosas tetas.

Samuel las acarició con brutalidad. Se bajó el cierre y estuvo a punto de sacar su miembro.

- Chúpamela, morocha…

Pero ella le puso el dedo en los labios, haciéndolo callar.

Le tomó la mano y la dirigió suavemente a su entrepierna, muy húmeda con tanta preliminar.

Él la empezó a tocar de a poco. Ella se deshizo de su tanga, de modo que él pudiera tocar, sin miedos…

Los dedos curiosos se inmiscuían dentro de la muchacha, tocando las paredes mojadas, los labios generosos de su vagina hambrienta.

Nunca había sentido nada igual. La textura, la firmeza de los labios. Su miembro estaba ansioso de entrar, pero la muchacha quería seguir jugando.

-Ya tendrás lo tuyo, putita – pensaba él.

No sabía qué le pasaba, pero esa vagina ejercía en él una atracción peligrosa.

No contento con inmiscuir sus dedos quiso ir más allá. La chica se recostó y él empezó a meter toda su mano.

La chica se reía, con ojos los ojos entrecerrados y mordiéndose los labios (los de arriba) de placer…

La mano se sentía segura, cobijada, pero aún quería más.

No entendía el por qué de tal fetiche, pero siguió introduciendo la mano, la muñeca. Algo temeroso de que la muchacha se molestara, pero nada. La morocha parecía loca de placer. Prosiguió.

Con los ojos desorbitados, Samuel se olvidó de su pene. No había placer más grande que el que sentía ese antebrazo, que entraba, ayudado por una mucosa que le facilitaba la labor, centímetro a centímetro.

De pronto sintió como esa atracción se materializaba. Los labios de la vagina lo empujaban, lo atraían con brutalidad.

Sintió pánico y placer. Ganas de apartarlo, pero no podía. La morocha reía, con el rostro prendido en una perversión que él no conocía.

Estaba siendo tragado. Su brazo estaba por completo cubierto. Gritó lleno de horror, pero nadie lo oía.

Los labios se abrían más y más. La fuerza crecía. Mientras tanto, Samuel sentía cómo se le desencajaba el hombro de su lugar.

Trató de zafarse, pero no pudo. con su mano libre lanzó golpes a la muchacha, pero ésto, en vez de apartarla, la excitaba más, y la fuerza crecía.

Samuel sintió la humedad vaginal en su oreja. El calor y el aroma lo llamaban a proseguir, pero eso se estaba saliendo de control. Era una pesadilla deleznable, quería huir, pero no era posible.

La vagina siguió succionando. el cuello empezó a ceder, y Samuel agotó sus fuerzas. Se dejo llevar, mientras su rostro se empezaba a hundir en la profundidad.

No podía ver nada. La respiración no era posible en ese lugar. Ya no tenía nada que hacer.

En sus últimos momentos de consciencia se sintió preso de un Nirvana nunca antes experimentado.

Eyaculó como nunca. Pero pronto se le fue la vida.

La morocha seguía riéndose con enormes carcajadas. Sosteniéndose apenas, mientras la apertura de las piernas daba su último impulso de extensión, y se prestaba a seguir tragando...

Al cabo de unas horas, la muchacha se vistió y salió con su sonrisa demoníaca a quién sabe qué lugar...

El auto quedó ahí, hasta el otro día, cuando llegó un policía a multar al propietario. Pero no había nadie. Sólo unos zapatos…